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miércoles, 31 de octubre de 2012

El Llanto de una Sirena, en el Mar de Cartagena.

A finales de los años setenta, hiciera calor o frío, y mientras caían a destajos los pequeños frutos de los ficus, de la Plaza San Francisco en Cartagena, un pequeño, y humilde trípode, comenzaba su apertura, al mismo tiempo, que se apresuraba el fin del partido de fútbol que siempre jugaban los zagales en uno de los lados de la plaza, los cuales, se lanzaban en bandada desordenada, sobre una voz que comenzaba en tono de verso.

Mientras los niños se sentaban en el suelo en forma de corrillo, un señor bajito, con pelo canoso y bigote poco poblado, con humildes vestimentas, y zapatos de gran caminante, colocaba el lienzo sobre el trípode y sacaba sus numerosas piezas de colores, comenzaba su charla con gran expectación....Si, Señoras y Señores, Mayores y Pequeños, gentes de buen hacer, paren por un momento sus vidas, aparquen sus problemas, y escuchen las historia de la Sirena que llora en el mar.

Plaza San Francisco

Lanzando la mano al aire en la que portaba un carboncillo de color negro, comenzaba los primeros trazados en el lienzo, comenzando a narrar la historia.

"Si Señoras y Señores, Niños, y Gentes que paráis por un momento vuestras vidas, para escuchar el llanto de la Sirena. Eran los años veinte, en una humilde casa de la calle cartagenera que nos guia hacía la Catedral, en donde el Cristo Moreno nos muestra la grandeza de la Ciudad, no era otra más nombrada y conocida, que cuesta subir en penitencia, pero durante el trayecto, viven gentes de buen hacer, que saludan al desconocido, como si hubieran compartido mesa en antaño.

Catedral de Cartagena

En una humilde casa de la cuesta de la Concepción, vivía una honesta familia, en la que una gran madre labraba las tareas de la casa con su maltrechas manos, mientras que su fiel compañero de viaje, yacía desde algunos años en cama, por alguna enfermedad. De la feliz unión del matrimonio, florecieron un joven marino, el cual, pasaba sus sueños en el Jaime I, tercer acorazado de la Armada Española, buque, que en su alma compartió dos banderas (los trazados del carboncillo sobre el lienzo, comenzaba a coger forma), y por otro lado, una lustrosa rosa cartagenera, alta, con pelo entre vuelos y tez morena, que en los andares lucia la belleza de los prados encantados.

Banderas del Acorazado Jaime 1
Izquierda:1921 a 1930
Derecha: 1931 hasta el 17 de junio de 1937, fecha en la que fue hundido

Aquella joven cartagenera, tenía como costumbre levantarse tarde, tras las grandes tardes y veladas, de las que disfrutaba en el club de Regatas, no colaborando en las tareas de la humilde casa. A las suplicas y llantos de su madre, esta le contestaba vistiéndose de nuevo, y con alegre caminar comenzaba un nuevo día en las aguas cartageneras, en las que alegremente con otros jóvenes, sumergía su esbelto cuerpo.

El cuadro del pintor iba tomando forma y mientras que seguía con la historia, llegaba la ora de plasmar colores, sobre los trazados oscuros, los cuales, habían sido difuminados con los dedos, en elegantes movimientos.

Vista en carboncillo del faro de Cartagena


Uno de aquellos tradicionales días de marzo del 24, en los que el pobre padre no podía hacer nada, el hermano se encontraba en la costa de Marruecos con el gran Acorazado, y en las calles se comenzaba a dulcificar la gran Semana Santa, su humilde madre, se planto delante de ella en la puerta principal, y con voz temblorosa le dijo....hija, no crees que debes de colaborar en las tareas de casa y dejar esta vida fantasiosa que no te pertenece. Ante dichas palabras, la noble belleza aparto a su madre con un gran empujón, del que fue a parar al suelo.

Ante los hechos humillantes por parte de su hija, la madre le advirtió.... ten cuidado con el mar, que en el, se encuentra la nobleza del humilde, del que llora por sus vientos y susurra por valientes. La hija se dedico a caminar, sin intentar ayudar a una madre entregada, la cual entre un llanto de amargura yacía en el suelo. Aquel día, cuando la mar estaba tranquila y la bella cartagenera chapoteaba junto a sus amigos, esta embraveció por segundos, con el fatal resultado de no encontrar a la rosa cartagenera.

Para la madre fue algo más que angustia y desesperación, aquello se convirtió en un Vía Crucis, cada día que alzaba el sol sobre la Puerta de la Villa, alumbrando espléndidamente toda la cuesta de la Concepción, ella, se acordaba de las ultimas palabras que le dijo a su sentida hija, sintiéndose culpable, al mismo tiempo que no tenía una tumba en donde derramar sus tristes gotas de agua, que recorrían entre suspiros el largo de sus mejillas.

Un nuevo suceso, pararía el sufrido corazón de esta madre. El acorazado Jaime I, en el que se encontraba de guardia el único hijo que la mantenía con vida, se encontraba fondeado en el muelle de La Curra del puerto de Cartagena. En uno de los días de la segunda quincena del caluroso mes de junio de 1937, una explosión interna provocó un tremendo y alargado sonido rompedor en el cielo cartagenero, con el hundimiento del buque y la muerte de alrededor de trescientas personas, entre las que se encontraba aquel florido marinero de la cuesta de la Concepción.

Marineros del Jaime I - José Casaú

Señoras y Señores, niños de todas las edades, gentes humildes que me rodeáis, palomas, que junto a Isidoro Maíquel escucháis verdad en mis palabras, aun sin saberse hoy, si fue la caldera del buque, un soplete, o el sabotaje de los mismos hermanos los que hundieron el gran acorazado, cuentas las personas de buen hacer y que fueron heridos en el suceso, que durante el caos y mientras se encontraban en el agua, oyeron el llanto amargo de una mujer, al mismo tiempo que el cuerpo de joven marinero, era arrastrado hacia el club de regatas con la salida de una gran cola de pescado entre cada empuje de fuerza por acercar al fallecido.

Pueden sus mentes apasionadas pensar lo contrario, pero ese día comenzó el llanto de una sirena en el mar cartagenero, una sirena, que había perdido a su madre y hermano.

Dibujo difuminado con la sirena vigilando el mar

Una vez concluida la historia, lanzaba en forma de Spray un tipo de laca sobre el lienzo terminado, y con las misma simpatía sacaba unos boletos, los cuales pretendía vender a un precio modesto para posteriormente sortear el lienzo, el cual siempre era adjudicado, aunque hubiera vendido pocos números, continuando el sorteo hasta que saliera el numero vendido.

Supongo por los años que han pasado, que aquel simpático hombre, no se encuentre entre nosotros, y ahora puede estar, con alguna de sus historias ó sus verdades, el caso no es otro, que a dicho SR. se le pueda aplicar una parte de la canción.

Por que sabrás, que un hombre al fin,
conocerás por su vivir
no hay por que hablar, ni que decir,
ni que llorar ni que fingir,
puedo seguir, hasta el final,
a mi manera.